miércoles, 27 de enero de 2010

14 de Julio de 2009: Visita al Parque Simien

Cuando nos encontramos a la mañana siguiente para el desayuno Million había empeorado de su resfriado. Por la noche hizo mucho frío y Solomon y él solo tenían una manta un su habitación (nunca dormían en el mismo sitio que nosotras, algo que nos hacía sentir bastante incómodas).
Había llovido bastante durante la noche y todo era barro en los caminos y alrededores de las cabañas. Colocamos las cosas en el coche para aprovechar el tiempo ya que sólo disponíamos de esa mañana para visitar el parque y debíamos salir hacía Gondar a la hora de la comida.
El Parque Nacional de Simien, conocido como el techo de África está situado entre los 1900 y 4620 m de altura y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978. A pesar de la lluvia, del frío y de la niebla, visitar el parque fue asistir a un espectáculo irrepetible. El paisaje cortaba la respiración una y otra vez, sin acostumbrarse nunca a la visión tan maravillosa de las montañas, los valles, los desfiladeros, sin dejar de asombrarnos por las dimensiones del lugar en que nos encontrábamos.



El parque además, es interesante por la singularidad y variedad de su flora y fauna. Entre las cimas del parque vive, entre otros, el babuino Gelada, endémico de Etiopía. En las zonas más abiertas vimos cientos de ellos, de todos los tamaños, formando grupos, comiendo lentamente la hierba de suelo, parecían extremadamente pacíficos, completamente ajenos a nuestras pisadas, a nuestra cercanía. Estuvimos un buen rato entre ellos mientras el guía nos contaba algo sobre su forma de vida. Gelada en amárico significa “corazón sangrante” y hace referencia al color rojo intenso de su pecho.



Estabamos rodeados de Geladas cuando, en cuestión de minutos, sobrevino una niebla muy densa, tanto que parecía imposible ver más allá de nuestras manos si estirábamos los brazos. Regresamos al coche y entre la niebla aparecieron, como fantasmas, el primer grupo de niños. Al verlos era inevitable pensar en la intemperie de sus vidas en el parque, tan escaso su calzado y tan desgastadas sus ropas. Vendían cestitas y ofrecía sus sonrisa a pesar del al aire frío y del barro del camino.



En la siguiente parada había desaparecido la niebla pero la humedad seguía recorriéndonos el cuerpo. Echamos a andar y pasamos por encima un río, seguimos caminando y tras pasar por una especie de puente natural de rocas pudimos ver lo que había al otro lado, espectacular por si solo pero también por lo inesperado. Al cruzar y ver se me saltaron las lágrimas de la emoción, la catarata Jumburah se impuso a cualquier otra imagen de la mañana, atrapados por ella con los cinco sentido permanecimos de pie un buen rato, en silencio, incapaces de decir nada que pudiera mejorar el momento.


sábado, 2 de enero de 2010

13 de Julio de 2009: De Axum a Debark




Aunque habíamos madrugado mucho para la ceremonia salimos de Axum más tarde de lo previsto. Hicimos una primera parada para cambiar una rueda del coche. Mientras esperábamos a que Solomon volviera con la rueda, Anunci se acercó a darle una bolsa con bollos una mujer que vendía fruta con dos niños pequeños.


Luego tuvimos que regresar al hotel porque con las prisas de la madrugada había olvidado en la habitación la batería de mi cámara de fotos.
Ese viaje lo hice sentada en la parte de delante del 4x4, con Solomon, para mantener la pierna estirada. Nos esperaban 256 km de paisaje, poblados, rostros, vueltas y vueltas de las ruedas del coche repletas de imágenes imborrables, siempre marcadas por la sensación de estar viendo y viviendo lo que nunca habíamos imaginado desde Madrid cuando preparábamos el viaje.
Pasamos calor durante la primera parte del día, justo en la región más cercana a la frontera con Eritrea. En una de las paradas a medio camino disfrutamos de una Etiopía más seca y calurosa, e hicimos fotos a los termiteros que nos llegaban hasta la cadera.



Ese día comimos en un pueblo de la carretera unos bocadillos que nos prepararon en el hotel de Axum. En el bar del pueblo, coincidimos con dos catalanes que trabajaban para Médicos sin Fronteras, nos contaron que trabajaban para un proyecto que tenía como objetivo, en una primera etapa, identificar las necesidades sanitarias de los menores de la zona. Mientras comían, intentaban buscar la manera de acceder a un poblado de la montaña al que al parecer, solo podían llegar en burro.
A la salida del pueblo, donde dejamos atrás el calor para reencontrarnos con el frío y la lluvia de las regiones más altas, se estaba celebrando una boda. Gente muy joven se amontonaba y ululaba alrededor de los novios.



Nos quedaba un par de horas hasta las montañas de Simien donde llegamos a media tarde. Cuando paramos en Debark ya estaba lloviendo mucho. Allí recogimos a los que serían nuestros guías en las montañas, se subieron a la parte de atrás de coche. Nos reímos de lo serio que se ponía Million sujetando la escopeta de los guías entre sus manos.



La distancia de Debark al albergue en pleno Parque Nacional de Simien era muy poca, pero estaba lloviendo fuertemente y el camino de tierra estaba lleno de charcos. Anunci y Solomon cantaban cada vez que teníamos que pasar por encima de uno de esos profundos baches de agua y barro. En las calles los niños y animales se agolpaban a las puertas de sus casas mientras la acera se convertía en un barrizal imposible.
Cuando llegamos al albergue corrimos hacia la cabaña central, donde estaba la recepción, el comedor y las zonas comunes. Nos sentamos al lado de la chimenea, muertos de frío. A nuestro alrededor todo eran ventanas y la mirada se debatía entre quedar hechizada por el crepitar del fuego o por la lluvia de afuera que al chocar con los cristales nos gritaba que estábamos a más de tres mil quinientos metros de altura y completamente aislados de mundo.



Después del café fuimos a nuestra cabaña. No había luz y por tanto tampoco calefacción ni agua caliente. Es sitio era espectacular y nos metimos en la cama entre los edredones. Volvimos a cenar a la luz de las velas y aunque hacía frío en el salón nos quedamos un rato haciendo juegos con las manos, como si fuésemos niños en la velada de un campamento.