jueves, 3 de septiembre de 2009

10 de Julio de 2009: Llegada a Wukro


Aunque llegamos a Wukro después de lo previsto el Padre Ángel aún no nos estaba esperando. Entramos en sus instalaciones y con los ojos como platos recorríamos curiosas todo cuanto veíamos, pendientes de que Abba Melaku (como el Padre es conocido en Wukro) apareciera por cualquier esquina.

En las instalaciones hay dos hileras de casas separadas por una densa extensión de árboles. En la parte delantera, más cercana a la calle, se encuentran los lugares comunes, detrás de los frutales las habitaciones donde nos alojamos. Al cruzar la puerta del recinto, justo enfrente,  está la escuela de Saint Mary.

El Padre Ángel es un hombre jovial, cercano, cuando se acercó a nosotras nos recibió bromeando: “por lo blancas que sois debéis ser vosotras, yo soy yo” y así se rompió inmediatamente el hielo. Nos hizo pasar al comedor y nos ofreció café, té y un frutero con guayabas que había sobre la mesa. Después de intercambiar unos comentarios cordiales sobre el viaje y la lluvia que no acababa de llegar a Wukro nos dejó durante unos minutos para ir en busca de los niños y voluntarios que estaban pasando la mañana podando árboles a unos kilómetros de allí.

Cuando regresó, nos instalamos y poco después volvimos a reunirnos en el comedor para el almuerzo. Éramos unas diez personas sentadas a la mesa y el Padre nos maravilló con su vitalidad, con su sentido del humor, incluso con su manera de expresarse. Era un joven más entre jóvenes. Los voluntarios, casi todos del País Vasco, llevaban todo el mes de Julio allí y por su alegría, su entusiasmo, por la energía que contagiaban era evidente que estaban disfrutando cada minuto de esa experiencia. Hablaban como si llevaran toda la vida allí. Después de comer, nos propusieron acompañarles a una casa cercana a la que habían sido invitados a la ceremonia del café.

Cuando salimos de la casa el cielo estaba completamente cubierto y empezaba a llover. Andando a paso lento el camino de Saint Mary a la casa de Mayder (así es como le gustaba que la llamasen, su nombre era Mah´der) puede tomar a lo sumo unos cinco minutos, y aunque no uso reloj y por tanto no puedo precisar el tiempo exacto que pasamos en la calle, no exagero si digo que al menos tardamos tres cuartos de hora en recorrerlo. La calle estaba llena de niños, algunos de ellos simplemente estaban, como lo están en toda Etiopía, otros muchos intentaban ganar unos cuantos birr (la moneda etíope) vendiendo beles (higos chumbos).

No puedo describir lo impresionante que fue cuando, al torcer la esquina, una de las niñas del proyecto salió corriendo hacia mí y dando un salto se agarró a mi cuello y me abrazó con sus brazos fuertes aunque extremadamente delgados. En ese momento, el deseo de que la distancia entre España y Etiopía no fuera tan grande (y obviamente no me refiero a la distancia física) fue tan intenso que sentí que esa distancia se hacia más pequeña.

No paraban de aparecer niños y niñas de todas las edades, todos aparentando menos edad que la que tenían, todos con la ropa demasiado vieja, todos ansiosos por darte la mano, por hablar contigo, impacientes por ser los protagonistas y tener un motivo por el que mantener la risa, la caricia, todos demostrando que los momentos de euforia también son posibles en una de las regiones más pobres del planeta, que en Etiopía la tragedia y la vida en su estado más puro habitan en la misma casa, que pese a todo, no es tristeza lo que sus ojos trasmiten…

Nos rodearon decenas de niños, nos hablaban, nos abrazaban, aprendían nuestros nombres y los detalles de nuestras familias, nos invitaban a conocer sus casa, nos preguntaban cuánto tiempo nos quedaríamos deseosos de que fuera mucho, aunque nunca antes nos hubiésemos visto, y conseguían, con la primera mirada, que nosotras también deseásemos quedarnos allí más tiempo, rodeadas como estábamos de los mismísimos Ángeles de Wukro.

3 comentarios:

  1. Me tienes maravillada y enganchada!! Cómo se disfruta de la vida cuándo uno es capaz de ver más alla de lo accesorio!! Y qué bien lo describes!!
    Un abrazo.

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  2. Aquel día llovía finalmente sin parar. De "llu", como de cía el Padre, pasamos a "llover y llover". Visitamos la iglesia monolítica de San Ciriaco, a pocos km de Wukro y que había sido incendiada y no restaurada. Seguía lloviendo y tomamos un te-café en un sitio de Wukro con un cartel de Bob Marley con nuestros chicos...

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