lunes, 15 de noviembre de 2010

Bienvenidos a Wonji


Parte muy importante de la familia ABAY en Etiopía vive en Wonji, por eso, aunque dejamos con pena la escuela de Abugida, nos lanzamos de nuevo a la carretera con impaciencia de llegar pronto a Wonji.
Llegamos tarde a la hora de la comida y comimos injera en un bar de la ciudad. Después de la comida y de la reunión con algunos etíopes-cubanos de allí realizamos una visita al silencioso hospital de Wonji. Recorrimos los pasillos, entramos en el paritorio y con nuestros propios ojos pudimos apreciar lo que tanto se demanda en los medios de comunicación, la aplastante ausencia de médicos en África.

Wonji es un lugar tranquilo, situado en una meseta verde donde el viento lleva y trae el silencio de extremo a otro. Y en esa paz de última hora de la tarde la llegada tan poco común de farenjis desató una maravillosa cascada de alboroto en los niños. Los pequeños corrían detrás nuestro, los adultos nos miraban tímidamente desde las puertas de madera de sus casas.

Pasamos una tarde familiar, muy entrañable, muy especial, muy emotiva. Aprendimos por ejemplo, que la comunicación es algo que trasciende al lenguaje y que el poder de una mirada, de una sonrisa, puede darle una vuelta completa al alma, aunque sea la primera vez que esas personas se ven y no compartan ni una sola palabra en el mismo idioma.

martes, 28 de septiembre de 2010

Visita al Paraiso Abugida


El segundo día de nuestra estancia en Addis Abeba fuimos a visitar la escuela de Abugida, proyecto de la ONG Mediterranea con la que ABAY colabora ( http://blogabay.wordpress.com/2010/08/31/colaboracion-con-ong-mediterranea-guarderia-en-abugida ). Era un día importante en Etiopía pues, a parte del cumpleaños de Eshetu, era el día de Haile Selassie. Muy a propósito, nuestro nuevo conductor era Rasta y llevaba la camioneta decorada con símbolos del emperador, gracias a él comprendimos que los tamborcitos que se venden en los mercadillos de ABAY resultan ser adornos para colgar del espejo retrovisor del coche.
 
 La escuela está en Akaki y a parte de ser escuela y guardería tiene un comedor que da de comer y desayunar diariamiente a todos sus niños, y organiza clases de amárico para adultos por las tardes. Al ver la escuela entendí perfectamente lo que  Paco quiere decir cuando sueña que nuestra escuela en Walmara se parezca al paraíso Abugida.

Cuando llegamos a la escuela, dejando atrás el tráfico imposible de Addis Abeba y su aire irrespirable, nos encontramos con el mejor recibimiento que podíamos imaginarnos. En la puerta nos esperaba Zerium y dentro, con toda la expectación del mundo concentrada en sus sonrisas, los maravillosos niños de Akaki. Los niños, fuera de sus aulas, estaban a derecha e izquierda, sobre las escaleras que llevan a las oficinas y a las clases. Con sus uniformes y sus miradas intensas agitaban las manos nerviosos, como si fuésemos más de lo que realmente éramos.

Nos quedamos paralizados mirándolos, muy emocionados y conmovidos. Una de las niñas de la escuela se acercó a nosotros con un ramo de flores como regalo de bienvenida y ni ninguno de nosotros fue capaz de cogerlo en un primer momento, la pobre niña se quedó parada ante nuestra propia parálisis, y con cara de no entender nada volvió la vista hacia sus maestras. Al darme cuenta le cogí las flores y le bese la cara, me sentía en cierto modo avergonzada de tener entre las manos un regalo que no sentía merecer. 

  
Luego los niños nos cantaron algunas canciones y después se rompió el orden de las escaleras y todos comenzamos a bailar, enseñados por los pequeños maestros de baile etíopes. 





 Invertimos casi todo el tiempo  bailando y riendo con los niños y después, cuando llegó la hora de la comida, pasamos a visitar la escuela.  Pasamos por las clases de los mayores


 Por la guardería recién organizada por las voluntarias que estaban en ese momento en la escuela



Vimos comer a los melones (niños entre 2 y 4 años)


 Y como los bailarines aguardaban cola para lavarse las manos antes de pasar al comedor



Después, antes de salir hacia Wonji, nos obsequiaron con la ceremonia del café. Edu pasó allí el día entero, fascinado por el lugar donde que estaría, una semana después, trabajando como voluntario.



Salimos de Abugida felices, pensando, como el Principito, que lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte.


martes, 14 de septiembre de 2010

Descubriendo a Gebre Menfes Kedus

El primer día del viaje tardamos en salir del hotel, le dedicamos nuestro tiempo al desayuno, a ordenar nuestras cosas y a repasar todos los objetivos a cumplir en los próximos días. La impresión inicial era la de que todo transcurría lento, a un ritmo diferente, tal vez por el cansancio acumulado del viaje, tal vez porque detener el tiempo es la mejor forma de disfrutar de Etiopía.

En el plan inicial del viaje no teníamos nada especial programado para ese primer día de aterrizaje así que cuando nuestro guía y amigo Eshetu nos propuso visitar una iglesia cercana a Addis a todos nos pareció bien. En el mismo hotel nos juntamos con una de las familias ABAY que habían viajado a Etiopía unos días antes a recoger a su tercer hijo y repartidos en dos coches salimos de Addis tomando la carretera que conduce a Djibuti.

El monasterio de Zekwala Maryam (en otros textos también trascrito como Zuquala Maryam) se encuentra a unos 30 km de Addis Abeba, en dirección a Awash. Este monasterio se encuentra en lo alto del Monte Zekwala (o Zuquala), un volcán aislado en medio de la llanura y cuyo cráter se ha convertido en un frondoso bosque tan rico en vegetación como en fauna.

De camino al monasterio hicimos una parada al pasar el rio Awash, de agua turbia y caudalosa como corresponde a la temporada de lluvia. Justo antes del puente en que nos detuvimos había un pequeño poblado, y desde él vinieron corriendo hacia nosotros los primeros niños a saludarnos, hablarnos y observarnos con toda la curiosidad que cabe en los inmensos ojos etíopes.



El monasterio fue fundado por el monje egipcio Gebre Menfes Kedus (Siervo del espíritu Santo) que según la tradición popular llegó desde el desierto a Etiopía cuando reinaba Lalibela. Fue precisamente con el rey Lalibela con quien emprendió un largo viaje desde el norte de Etiopía hasta los alrededores de Addis Abeba, y al descubrir el apacible cráter del Zekwala donde el monje le pidió al rey que construyera una iglesia a imagen de las de Lalibela tal y como el soñó que harían en un sueño.



Excavada en la roca la iglesia fue prácticamente destruida por las incursiones musulmanas de Ahmed Gran y reconstruida en 1912 por Haile Selassie. Su fachada consta de 24 ventanas representando los 24 sacerdotes celestiales y 10 puertas, una por cada mandamiento. En su interior, como en todas las iglesias que visitaríamos en adelante, se guardan numerosas pinturas representando escenas de la biblia y una réplica del preciado Tabot (arca de la alianza), así como los instrumentos empleados en la liturgia y otros ornamentos como sombrillas y cruces. Uno de los tres diáconos de la iglesia nos mostró algunos de estos objetos



Entre estas pinturas se encuentra una imagen del monje Gebre Menfes Kedus rodeado de animales puesto que la tradición popular cuenta que en los desiertos de Egipto convivía con tigres y leones. También se cree que el santo no comió ni bebió ningún miércoles en toda su vida y que por este motivo ascendió al cielo en vida. En la iglesia hay dos celebraciones al año para conmemorar al santo a las que acuden muchos peregrinos desde Addis Abeba y que son unas de las festividades más populares de Etiopía.


En el interior del lago se encuentra un pequeño lago cuya agua es considerada bendita. Parece ser, según nos dijo Eshetu, que en Etiopía hay varias fuentes en honor del santo egipcio a las que se atribuyen propiedades curativas.

Tras la visita al monasterio disfrutamos del bullicio de un mercado cercano donde el ganado, los cereales y el juego de los niños se mezclaban en cada metro cuadrado de tierra y nos marcaban la retina con las primeras imágenes y rostros de nuestra querida Etiopía.



martes, 7 de septiembre de 2010

El grupo ABAY parte rumbo a Addis Abeba

Cuando regresé de mi primer viaje a Etiopía mucha de la gente de mi entorno –trabajo, familia, amigos- me preguntaba si había sido muy duro viajar, como dice el libro, al mismísimo “corazón del hambre”, si el ver, oler, tocar, escuchar las imágenes, aromas, sonidos, crudezas y maravillas de África, no me había dejado el mío roto . A mi me costaba, como si la injera me hubiera dejado sin habla, explicar que lo realmente duro fue el regreso, y aún a día de hoy me parece imposible expresarlo.

Desde el principio tuve la impresión de que el viaje seguía de alguna manera, que las nueve horas de vuelo que separan el allí del aquí solo tienen un sentido, el de ida, y que en adelante, bien en Madrid, en Granada, en Addis Abeba o en Bahar-dar, el viaje afortunadamente, continuaría.

Empezar a escribir este blog fue una manera de empezar yo misma a prolongar ese viaje. En la primera entrada me propuse, cogiendo prestado un poema fantástico de Amalia Bautista, tender un puente imaginario entre España y Etiopía, y fue casualmente el blog quien, días después, me tendió ese puente a mi poniéndome en contacto, a través del proyecto “turismo solidario” con la asociación ABAY. Quién me iba a decir en aquel momento, que sería con ABAY con quien regresaría a Etiopía un año después.

Así comienza el segundo viaje:

Nos encontramos en Barajas sobre las diez de la mañana, éramos cuatro personas, cinco maletas, cuatro bolsas de mano y una silla de ruedas. Íbamos ligeros de equipaje pero cargados de cuadernos infantiles, ropa deportiva, ilusión y muchas ganas de pisar suelo etíope. Viajamos con la Turkis, haciendo escala en Estambul, y esperando a facturar cruzábamos los dedos porque no pusieran pegas a nuestro exceso de equipaje. La silla de ruedas iba embalada y un empleado tuvo que venir a por ella, nos dijo que habíamos tenido suerte, que en otro vuelo no hubiera sido posible llevarla a Etiopía.

El vuelo a Estambul salió con retraso pero recuperamos algo de tiempo durante el trayecto. Aterrizamos en el aeropuerto de Ataturk más o menos con una hora para el enlace. Al bajar del avión una persona nos esperaba para guiarnos en el tránsito y nos hizo atravesar, prácticamente corriendo, los pasillos del aeropuerto.



El vuelo desde Estambul hacia Addis Abeba se nos hizo corto, a pesar de la impaciencia. Edu y yo intentamos aprender unas cuantas palabras en amárico: and, hulet, sost…. Las cinco horas de vuelo pasaron sin darnos cuenta.

La llegada a Bole fue tal y como la recordaba, como si todo hubiera quedado intacto desde que nos fuimos. La habitación alargada donde sacar el visado, la primera sonrisa etíope al sellar el pasaporte, la humedad de estación de lluvias, el olor intenso a berberre y a tierra mojada…

Fuera estaba lloviendo, se intuía mientras esperábamos, rodeados de maletas extraviadas desperdigadas por el suelo del aeropuerto, la salida de nuestro equipaje. Aunque contentos, el cansancio del viaje nos mantenía en silencio. Afortunadamente todas las maletas llegaron pero de nuevo, como el año anterior, tuvimos que retroceder unos metros e ir al mostrador de objetos perdidos a declarar que la silla de ruedas nos había abandonado en algún punto del viaje. La persona que nos atendió fue extremadamente amable y paciente con nosotros aún cuando nos encogimos de hombros y no supimos decirle el color de la silla perdida (su traslado era un encargo) ni le tembló la sonrisa cuando quiso que pesásemos de nuevo el equipaje y le preguntamos unas diez veces porque teníamos que pesarlo todo otra vez si ya lo habían hecho en España…. Pero lo que tiene la sonrisa etíope de amable también lo tiene de insistente y al final, después de repetirnos veinte veces que “sólo era el procedimiento”, apartó las maletas, nos sacó un peso analógico de los que ya no hay en España, y uno a uno fuimos pesando todos nuestros bártulos.


Al salir del aeropuerto el frio y la lluvia nos hicieron correr hacia el aparcamiento junto al taxista con el que ya habíamos pactado el precio. Alrededor del taxi azul y blanco unos diez muchachos estaban al acecho de las maletas, para ayudarnos a cargarlas aunque solo fuera un metro y recibir con ello algo de propina.
Metimos milagrosamente las maletas en el coche y salimos hacia el hotel Green Valley, nuestra residencia para los próximos diez días.

Todos dormimos mal esa primera noche. Alterados por el viaje, por estar allí, en un mundo que nada tiente que ver con nuestro mundo de todos los días. Sobrecogidos por la intensidad de lo que nos esperaba. Recordando que el frío de la noche, como todo en Etiopia, cala hasta lo más profundo del cuerpo.

martes, 20 de julio de 2010

16 de Julio de 2009: Addis Abeba

Por el retraso del vuelo llegamos al hotel más tarde de lo previsto y a la mañana siguiente bajamos al restaurante cuando ya estaban retirando los platos del desayuno.

La primera visita del día fue el Museo Etnográfico, antiguo palacio del emperador Haile Selassie. En el museo se muestran imágenes, utensilios, instrumentos musicales, artesanía y vestimentas de los diferentes grupos étnicos de Etiopía. Además, ofrece la posibilidad de visitar la habitación privada y cuarto de baño del emperador como parte del contenido histórico del museo.

Tras la visita fuimos a comer a la Patisserie Romina, a pocos metros del museo. En el camino, nos llamó la atención, a parte del bullicio y movimiento continuo de la ciudad, los vendedores ambulantes de fotografías. Estaban en el suelo, dentro de una caja de cartón, y todas ellas mostraban el rostro del cantante Teddy Afro. Según nos contaron, se debía al anuncio de su próxima salida de la cárcel, meses antes de lo que dictaba su condena. El nombre real de Teddy Afro es Tewodros Kassahun y sus problelmas legales son consecuencia del contenido crítico de sus canciones hacia el gobierno etíope.


Por la tarde, tratamos de exprimir las horas que nos quedaban en Etiopía (el vuelo salía esa misma noche, a la una de la madrugada). Comenzamos con la visita a Lucy (o Denkenesh), en el Museo Nacional de Etiopía. En el museo, a parte de la réplica de Lucy, pueden verse numerosos fósiles y restos arqueológicos correspondientes al periodo pre-aksumita, Aksumita y florecimiento de Gondar.

A la galería fue incorporado, en 2004, el esqueleto de Selam, un niño Astralopithecus Afarensis de hace 3,3 millones de años.

El resto del tiempo, antes de la cena, lo dedicamos a hacer compras. En tiempo record pudimos comprar, aceite de eucalipto, café, música etíope y regalos para nuestros acompañantes. Vimos tiendas de ropa tradicional, herbolarios, puestos de fruta y Khat (una planta estimulante que se consume en el África de Este y la Peninsula Arábica) Después regresamos al hotel a por nuestras cosas y desde allí nos fuimos directamente a la cena.


La cena, en un restaurante tradicional etíope con espectáculo de música y danza, fue el adorno perfecto para el regalo que fueron las dos semanas de viaje. El lugar precioso, la comida y el baile impresionantes, pero lo realmente divertido llegó cuando los artistas terminaron su actuación. En el restaurante se estaba celebrando una boda. Desconozco si es la tradición o no, pero cuando acabó el espectáculo los recién casados subieron al escenario y eligieron a varias personas para que les acompañasen, entre ellas subimos Irene y yo. Me sentaron al lado del novio y a Irene al mío, entre los invitados de la boda. Las bailarinas sacaron unas esterillas que extendieron a nuestros pies y nos entregaron un cucurucho, hecho con hojas de árbol y relleno de Kitfo (plato tradicional etíope que consiste en carne picada muy especiada) y una cuchara. La ceremonia consistía en darnos de comer los unos a los otros, en compartir la comida y la alegría del enlace. Después, en silencio, un hombre dijo unas palabras en amárico y acto seguido comenzó la música y el baile.




Fue uno de los momentos más felices del viaje y sentí mucho que tuviésemos que dejar la fiesta a medias para irnos al aeropuerto, era difícil de creer que en solo unas horas fuésemos a pasar de celebrar una boda etíope a estar en nuestras casas, en nuestras vidas que desde allí no parecían reales.

Los aviones que nos trasladaron de Addis Abeba a Madrid hicieron una ruta mágica y desde entonces hay tres puntos –tres mujeres- en común entre España y Etiopía:


Otras noches sueño
con hombres de Etiopía
que bailan con el único movimiento
de los hombros.
De día recreo, una y otra vez,
el olor a humo y a risa
en las montañas del Norte.
Una vida entera de dos semanas
me ha bautizado de nuevo
sin que ningún dios haya llegado a casa,
y ahora nuestros países
albergan para siempre
un lugar común
allí donde respiro.

lunes, 12 de julio de 2010

15 de Julio de 2009: Miedo a Volar


El trayecto de regreso a Addis Abeba lo hicimos en avión, ese mismo miércoles día 15 por la noche. Cuando regresamos de las cataratas de Nilo pasamos por la cafetería de un hotel a tomar algo y a hacer tiempo mientras se acercaba la hora del vuelo. Empezábamos ya a intuir el final del viaje y sentados alrededor de la mesa, permanecimos más callados de lo habitual.

El aeropuerto de Bahar Dar me trajo a la cabeza la imagen de la estación de tren de mi pueblo. Nada más entrar, según recuerdo, pasamos las maletas por un escáner. Las estrictas medidas de seguridad de los grandes aeropuertos se convierten en el tercer mundo (al menos en Bahar-Dar) en conversaciones entre amigos (mientras recogíamos las cosas de las bandejas un hombre le explicaba algo a un guardia con una pistola en la mano que después volvió a introducir en su equipaje) y las grandes zonas de espera que rodean las puertas de embarque en una pequeña sala con asientos de plástico, un televisor y un enorme ventanal desde donde podíamos observar el avión que nos llevaría a Addis Abeba.
No nos impacientamos por el retraso, pero cuando empezaron a agruparse más y más personas alrededor de uno de los motores comencé a envidiar a nuestra compañera de viaje que dormía tranquilamente tumbada en los asientos de al lado. Según pasaba el tiempo y el grupo, lejos de disiparse, miraba con preocupación en motor, el silencio y las risas nerviosas se hicieron con la sala. Unos iban otros venían, hicieron varias pruebas en la pista y al cabo del tiempo una azafata nos anunció que podíamos ir embarcando.

Y justo cuando nos íbamos a poner en pie en la televisión de enfrente anunciaban que un avión se había estrellado en Irán con 168 personas a bordo…. La persona que estaba a mi lado me dijo “solo nos queda rezar” y juntos nos reímos de nuestro miedo. Million nos miraba con cara de desear que alguna de sus viajeras se negase a volar.

Mientras subía al avión pensaba que era una garantía que el piloto viajara dentro, que también su vida iba en ese avión, pero el miligramo de calma que me dio ese pensamiento se evaporó cuando pensé en todas las averías que tienen las lavadoras, los coches, los televisores, las mismas máquinas de tratamiento con las que trabajo…

Aún así subimos a ese avión y como es obvio llegamos a Addis sanas y salvas, pero eso si, nunca fui en un avión con un silencio tan absoluto como el de ese vuelo.

lunes, 5 de julio de 2010

15 de Julio de 2009: Abay, el Nilo Azul

Este es el puente que conduce a uno de los escenarios más impresionantes del mundo, a las cataratas del Nilo Azul.



El Nilo Azul nace en Etiopía, en un bosquecillo de arboles (Monte Gishe) donde el agua emerge de pozo entre la vegetación. El primero en describir las fuentes del Nilo fue el misionero Pedro Paez, a 100 Km del Lago Tana, y su agua es considerada sagrada.

Desde su nacimiento el Nilo Azul traza una curva adentrándose en Sudán hasta Jartum, donde se une al Nilo Blanco.

El recorrido completo hasta llegar a la catarata es de unos veinte minutos y al comienzo, nada más bajar del coche, decenas de niñas te ofrecen sus cestitas y sus pañuelos. Con los pies llenos de barro y el olor a humo invadiendo cada rincón de su piel te piden desesperadamente que recuerdes su nombre al regreso. Unas se cortan el paso a las otras, el nombre de una sustituye al de la anterior, y con cada pisada que das hacia delante piensas en lo imposible de retener sus nombres, en lo imposible de satisfacer a todas con los pocos birr que cuestan sus enseres.


El camino hasta llegar a las cataratas no es largo ni complicado aunque no deja de sorprender la destreza de las mujeres etíopes al caminar descalzas entre el barrio y las piedras, sin apenas tambalearse un milímetro las enormes cargas que siempre llevan sobre su cuerpo.
El salto de las cataratas es de 45 metros y su anchura alcanza los 400 metros en temporada de lluvias. En lengua amárica estas cataratas se conocen como Tis Abay que significa “el Nilo que Humea” o Tis Isat “fuego que humea” por la cantidad de agua vaporizada que se genera en la caída.



miércoles, 19 de mayo de 2010

15 de Julio de 2009: El lago Tana



Aunque se acercaba el final del viaje aún nos quedaban al menos tres lugares impresionantes donde poner nuestra huella. Uno de ellos era el Lago Tana.

Salimos de Gondar hacia Bahr Dar por la mañana muy temprano, cuanto más cerca nos encontrábamos del nacimiento del Nilo más protagonismo tomaba el agua, en algunos tramos de carretera el agua rojiza, muy viva, rebosaba los puentes. El coche salpicaba agua en todas las direcciones, parecía que todo a nuestro alrededor era agua.

Al llegar a Bahr Dar tuvimos que esperar cerca de una hora a que una de las lanchas nos recogiera para visitar el lago. Los jardines donde esperábamos estaban cubiertos de ramas y humedad. Entre los árboles, decenas de monos saltaban de una lado a otro, al acecho de cualquier trozo de comida que pudieran llevarse a la boca. La recomendación era no acercase a ellos, no eran tan pacíficos como los Gelada.

Una vez en el barco, bajo el calor del sol de África, disfrutamos de la aguas calmadas del lago Tana, de su color azul grisáceo y sobre todo de su silencio.


El lago Tana, con sus 75 km de largo y 65 de ancho es el más grande de todos los lagos etíopes. Se extiende a una altitud por encima de los 1700m y aunque su profundidad no supera los 14 metros sus aguas tienen abundante pesca, hipopótamos y su entorno y orillas es muy rico en especies animales y vegetales. En el lago Tana confluyen más de 60 ríos, entre ellos el Nilo Azul.

  

Aunque las embarcaciones que pudimos ver en nuestro paseo eran lanchas de turistas similares a la nuestra, los habitantes del lago conservan los llamados tankwas, fabricados manualmente con papiro, bambú y cuerdas.

 
En el interior del lago hay un total del 37 islas que a su ver albergan más de 20 monasterios y templos, puesto que durante varios siglos, las tierras que rodean el Tana fueron las elegidas por los emperadores para establecer sus cortes. Por su aislamiento geográfico, sirvieron de refugio durante el avance islámico a medidados del sigo XVI. En el interior de estos monasterios, como en los de todo el Norte de Etiopía, se almacenan, sin protección alguna, pinturas, manuscritos, reliquias. Todas estas joyas son mostradas, como en Lalibela, como en Axum, como en Wukro, mano a mano. Las custodian los monjes y su riqueza paralela es la monedas que con ellas consiguen para sus sustento. El patrimonio histórico de Etiopía se expone así a la intemperie, a la suciedad de las manos, al polvo de las vitrinas abiertas, a su desaparición con el paso del tiempo.


 
Tras dos horas de paseo por el Lago hicimos una parada en el Monasterio de Debre Maryam. Como muchos de los templos de Etiopía su techo se encuentra coronado por huevos de avestruz, simbolizado la fortaleza de su religión. De planta circular, las paredes del monasterio están cubiertas de pinturas, probablemente las más impresionantes que pudimos ver en todo el viaje.



De regreso, paramos los motores buscando y acercarnos a los hipopótamos, pero solo se dejaron intuir, muy a los lejos, y nos quedamos fascinadas con sólo ver como alguna cabeza acariciaba la superficie del agua.