martes, 7 de septiembre de 2010

El grupo ABAY parte rumbo a Addis Abeba

Cuando regresé de mi primer viaje a Etiopía mucha de la gente de mi entorno –trabajo, familia, amigos- me preguntaba si había sido muy duro viajar, como dice el libro, al mismísimo “corazón del hambre”, si el ver, oler, tocar, escuchar las imágenes, aromas, sonidos, crudezas y maravillas de África, no me había dejado el mío roto . A mi me costaba, como si la injera me hubiera dejado sin habla, explicar que lo realmente duro fue el regreso, y aún a día de hoy me parece imposible expresarlo.

Desde el principio tuve la impresión de que el viaje seguía de alguna manera, que las nueve horas de vuelo que separan el allí del aquí solo tienen un sentido, el de ida, y que en adelante, bien en Madrid, en Granada, en Addis Abeba o en Bahar-dar, el viaje afortunadamente, continuaría.

Empezar a escribir este blog fue una manera de empezar yo misma a prolongar ese viaje. En la primera entrada me propuse, cogiendo prestado un poema fantástico de Amalia Bautista, tender un puente imaginario entre España y Etiopía, y fue casualmente el blog quien, días después, me tendió ese puente a mi poniéndome en contacto, a través del proyecto “turismo solidario” con la asociación ABAY. Quién me iba a decir en aquel momento, que sería con ABAY con quien regresaría a Etiopía un año después.

Así comienza el segundo viaje:

Nos encontramos en Barajas sobre las diez de la mañana, éramos cuatro personas, cinco maletas, cuatro bolsas de mano y una silla de ruedas. Íbamos ligeros de equipaje pero cargados de cuadernos infantiles, ropa deportiva, ilusión y muchas ganas de pisar suelo etíope. Viajamos con la Turkis, haciendo escala en Estambul, y esperando a facturar cruzábamos los dedos porque no pusieran pegas a nuestro exceso de equipaje. La silla de ruedas iba embalada y un empleado tuvo que venir a por ella, nos dijo que habíamos tenido suerte, que en otro vuelo no hubiera sido posible llevarla a Etiopía.

El vuelo a Estambul salió con retraso pero recuperamos algo de tiempo durante el trayecto. Aterrizamos en el aeropuerto de Ataturk más o menos con una hora para el enlace. Al bajar del avión una persona nos esperaba para guiarnos en el tránsito y nos hizo atravesar, prácticamente corriendo, los pasillos del aeropuerto.



El vuelo desde Estambul hacia Addis Abeba se nos hizo corto, a pesar de la impaciencia. Edu y yo intentamos aprender unas cuantas palabras en amárico: and, hulet, sost…. Las cinco horas de vuelo pasaron sin darnos cuenta.

La llegada a Bole fue tal y como la recordaba, como si todo hubiera quedado intacto desde que nos fuimos. La habitación alargada donde sacar el visado, la primera sonrisa etíope al sellar el pasaporte, la humedad de estación de lluvias, el olor intenso a berberre y a tierra mojada…

Fuera estaba lloviendo, se intuía mientras esperábamos, rodeados de maletas extraviadas desperdigadas por el suelo del aeropuerto, la salida de nuestro equipaje. Aunque contentos, el cansancio del viaje nos mantenía en silencio. Afortunadamente todas las maletas llegaron pero de nuevo, como el año anterior, tuvimos que retroceder unos metros e ir al mostrador de objetos perdidos a declarar que la silla de ruedas nos había abandonado en algún punto del viaje. La persona que nos atendió fue extremadamente amable y paciente con nosotros aún cuando nos encogimos de hombros y no supimos decirle el color de la silla perdida (su traslado era un encargo) ni le tembló la sonrisa cuando quiso que pesásemos de nuevo el equipaje y le preguntamos unas diez veces porque teníamos que pesarlo todo otra vez si ya lo habían hecho en España…. Pero lo que tiene la sonrisa etíope de amable también lo tiene de insistente y al final, después de repetirnos veinte veces que “sólo era el procedimiento”, apartó las maletas, nos sacó un peso analógico de los que ya no hay en España, y uno a uno fuimos pesando todos nuestros bártulos.


Al salir del aeropuerto el frio y la lluvia nos hicieron correr hacia el aparcamiento junto al taxista con el que ya habíamos pactado el precio. Alrededor del taxi azul y blanco unos diez muchachos estaban al acecho de las maletas, para ayudarnos a cargarlas aunque solo fuera un metro y recibir con ello algo de propina.
Metimos milagrosamente las maletas en el coche y salimos hacia el hotel Green Valley, nuestra residencia para los próximos diez días.

Todos dormimos mal esa primera noche. Alterados por el viaje, por estar allí, en un mundo que nada tiente que ver con nuestro mundo de todos los días. Sobrecogidos por la intensidad de lo que nos esperaba. Recordando que el frío de la noche, como todo en Etiopia, cala hasta lo más profundo del cuerpo.

2 comentarios:

  1. Gracias Cristina por contar uno de los mejores viajes de mi vida.., en realidad uno de los tres mejores viajes de mi vida, los tres que por ahora he hecho a Etiopía.. Lo mejor que evita el "vacío" que me produjo la vuelta es tener ya el billete del próximo viaje... Además de lo intensamente vivido en Etiopía, con sus gentes, en todos los componentes del viaje... personal, Abay.., el buen ambiente y lo mucho que me he reido en este viaje se lo agradezco a mis "perfectos" compañeros. Espero que pronto llegue el que será tu mejor viaje sin duda, el que te encotrarás con tu hijo, mientras disfrutaremos con tus letras.

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  2. Leyéndote Cristina, me viene inmediatamente una cita de Jose Luis Sampedro:
    'El rostro muy moreno, los dos ojitos negros clavados en los míos, la boca llena de sonrisa y los dientes blanquísimos...'

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