martes, 10 de noviembre de 2009

13 de Julio de 2009: Amanecer en Axum

A parte de ser la cuna de la tradición histórica y cultural de país, la ciudad de Axum es conocida y venerada por la solemnidad y alcance de sus ceremonias religiosas como la celebración de la Epifanía etíope o Timkat.

En nuestro viaje a Etiopía tuvimos la suerte de presenciar una de esas ceremonias, un acto que se repite, sólo en Axum, los siete primeros días de cada mes etíope. El encuentro religioso, que es similar a las procesiones en España, está dedicado a un personaje bíblico cada mes y parte de la entrada de Santa Maria de Sión. Los sacerdotes, vestidos con sus trajes y ornamentos litúrgicos, dirigen el acto y portan una réplica del Tabot o Arca de la Alianza.

El acto comienza a las cinco de la mañana, antes del amanecer, por lo que tuvimos que levantarnos muy temprano.

De camino a Santa María de Sión vimos ríos de gente silenciosa, completamente cubierta de blanco, dirigirse hacia allí con paso lento y firme. Había niños, mujeres y ancianos, todos caminando guiados por la misma llamada, por la misma fé.

La procesión partía de una especie de plaza cercana a la catedral con un árbol inmenso en su centro. Al lado de árbol estaban los sacerdotes, cargando el Arca y conduciendo la ceremonia con sus cantos y oraciones. Alrededor de ellos y a un radio de unos ocho metros, ciertos de axumitas se entregaban a la ceremonia, podía verse la devoción en sus caras iluminadas por la luz de las velas que llevaban en la manos.

Nosotras mismas no pudimos sino entregarnos al silencio, un silencio que únicamente se rompía con el canto de los sacerdotes, un canto que no es sino otra forma de silencio.

La concentración de los asistentes era tal que ni siquiera repararon en nosotras, las farenji, que entre todas esas personas vestidas de blanco de la cabeza a los pies, éramos como luciérnagas en mitad de la noche. Nadie menos este niño, que al darse media vuelta se encontró con tres fantamas de piel blanca y no daba crédito de lo que estaba viendo



La comitiva partió de la plaza y dio una vuelta completa a la manzana. Esperamos a que regresaran y fue sobrecogedor, justo antes de que apuntara la luz del día, ver como el tumulto de pañuelos blancos, velas y el sonido de los tambores y sistros se iba acercando…



La ceremonia terminó en la plaza de partida cuando ya era de día. Me faltan las palabras para expresar lo que vimos y lo que sentimos, al recordarlo me vuelve a asaltar esa sensación de irrealidad y de calma inolvidable. Al pensar en imágenes de vida cotidiana, y después observar lo que estaba ocurriendo a mi alrededor, me parecía estar viviendo varias vidas al mismo tiempo, como si fuera necesario salir de mi misma para estar allí.



Cuando llegó el día y terminó la ceremonia las cosas volvieron a tomar su forma y desaparecieron las hadas de la noche. Con la energía completamente renovada nos fuimos a desayunar, por supuesto café-té y bombolinos.


Qué rico…..

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