sábado, 2 de enero de 2010

13 de Julio de 2009: De Axum a Debark




Aunque habíamos madrugado mucho para la ceremonia salimos de Axum más tarde de lo previsto. Hicimos una primera parada para cambiar una rueda del coche. Mientras esperábamos a que Solomon volviera con la rueda, Anunci se acercó a darle una bolsa con bollos una mujer que vendía fruta con dos niños pequeños.


Luego tuvimos que regresar al hotel porque con las prisas de la madrugada había olvidado en la habitación la batería de mi cámara de fotos.
Ese viaje lo hice sentada en la parte de delante del 4x4, con Solomon, para mantener la pierna estirada. Nos esperaban 256 km de paisaje, poblados, rostros, vueltas y vueltas de las ruedas del coche repletas de imágenes imborrables, siempre marcadas por la sensación de estar viendo y viviendo lo que nunca habíamos imaginado desde Madrid cuando preparábamos el viaje.
Pasamos calor durante la primera parte del día, justo en la región más cercana a la frontera con Eritrea. En una de las paradas a medio camino disfrutamos de una Etiopía más seca y calurosa, e hicimos fotos a los termiteros que nos llegaban hasta la cadera.



Ese día comimos en un pueblo de la carretera unos bocadillos que nos prepararon en el hotel de Axum. En el bar del pueblo, coincidimos con dos catalanes que trabajaban para Médicos sin Fronteras, nos contaron que trabajaban para un proyecto que tenía como objetivo, en una primera etapa, identificar las necesidades sanitarias de los menores de la zona. Mientras comían, intentaban buscar la manera de acceder a un poblado de la montaña al que al parecer, solo podían llegar en burro.
A la salida del pueblo, donde dejamos atrás el calor para reencontrarnos con el frío y la lluvia de las regiones más altas, se estaba celebrando una boda. Gente muy joven se amontonaba y ululaba alrededor de los novios.



Nos quedaba un par de horas hasta las montañas de Simien donde llegamos a media tarde. Cuando paramos en Debark ya estaba lloviendo mucho. Allí recogimos a los que serían nuestros guías en las montañas, se subieron a la parte de atrás de coche. Nos reímos de lo serio que se ponía Million sujetando la escopeta de los guías entre sus manos.



La distancia de Debark al albergue en pleno Parque Nacional de Simien era muy poca, pero estaba lloviendo fuertemente y el camino de tierra estaba lleno de charcos. Anunci y Solomon cantaban cada vez que teníamos que pasar por encima de uno de esos profundos baches de agua y barro. En las calles los niños y animales se agolpaban a las puertas de sus casas mientras la acera se convertía en un barrizal imposible.
Cuando llegamos al albergue corrimos hacia la cabaña central, donde estaba la recepción, el comedor y las zonas comunes. Nos sentamos al lado de la chimenea, muertos de frío. A nuestro alrededor todo eran ventanas y la mirada se debatía entre quedar hechizada por el crepitar del fuego o por la lluvia de afuera que al chocar con los cristales nos gritaba que estábamos a más de tres mil quinientos metros de altura y completamente aislados de mundo.



Después del café fuimos a nuestra cabaña. No había luz y por tanto tampoco calefacción ni agua caliente. Es sitio era espectacular y nos metimos en la cama entre los edredones. Volvimos a cenar a la luz de las velas y aunque hacía frío en el salón nos quedamos un rato haciendo juegos con las manos, como si fuésemos niños en la velada de un campamento.

1 comentario:

  1. Gracias otra vez, Cristina. Vuelvo a revivir lo bonito que resultó todo. Al releer los pequeños detalles, como el de jugar con las manos, he vuelto a la sensación de fin de viaje que tenía en aquel momento. En lo mucho que estaba queriendo a nuestros dos compañeros, en lo íntimo del ambiente a la luz de las velas en aquel salón de planta redonda casi para nosotros solos (recuedo también una familia belga con 2 niños muy rubios ¡y etíopes! que ocupaban la mesa de al lado)...

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