lunes, 12 de julio de 2010

15 de Julio de 2009: Miedo a Volar


El trayecto de regreso a Addis Abeba lo hicimos en avión, ese mismo miércoles día 15 por la noche. Cuando regresamos de las cataratas de Nilo pasamos por la cafetería de un hotel a tomar algo y a hacer tiempo mientras se acercaba la hora del vuelo. Empezábamos ya a intuir el final del viaje y sentados alrededor de la mesa, permanecimos más callados de lo habitual.

El aeropuerto de Bahar Dar me trajo a la cabeza la imagen de la estación de tren de mi pueblo. Nada más entrar, según recuerdo, pasamos las maletas por un escáner. Las estrictas medidas de seguridad de los grandes aeropuertos se convierten en el tercer mundo (al menos en Bahar-Dar) en conversaciones entre amigos (mientras recogíamos las cosas de las bandejas un hombre le explicaba algo a un guardia con una pistola en la mano que después volvió a introducir en su equipaje) y las grandes zonas de espera que rodean las puertas de embarque en una pequeña sala con asientos de plástico, un televisor y un enorme ventanal desde donde podíamos observar el avión que nos llevaría a Addis Abeba.
No nos impacientamos por el retraso, pero cuando empezaron a agruparse más y más personas alrededor de uno de los motores comencé a envidiar a nuestra compañera de viaje que dormía tranquilamente tumbada en los asientos de al lado. Según pasaba el tiempo y el grupo, lejos de disiparse, miraba con preocupación en motor, el silencio y las risas nerviosas se hicieron con la sala. Unos iban otros venían, hicieron varias pruebas en la pista y al cabo del tiempo una azafata nos anunció que podíamos ir embarcando.

Y justo cuando nos íbamos a poner en pie en la televisión de enfrente anunciaban que un avión se había estrellado en Irán con 168 personas a bordo…. La persona que estaba a mi lado me dijo “solo nos queda rezar” y juntos nos reímos de nuestro miedo. Million nos miraba con cara de desear que alguna de sus viajeras se negase a volar.

Mientras subía al avión pensaba que era una garantía que el piloto viajara dentro, que también su vida iba en ese avión, pero el miligramo de calma que me dio ese pensamiento se evaporó cuando pensé en todas las averías que tienen las lavadoras, los coches, los televisores, las mismas máquinas de tratamiento con las que trabajo…

Aún así subimos a ese avión y como es obvio llegamos a Addis sanas y salvas, pero eso si, nunca fui en un avión con un silencio tan absoluto como el de ese vuelo.

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