domingo, 16 de agosto de 2009

7 de Julio de 2009: Llegada a Lalibela


Entre las montañas llegamos a Lalibela a media tarde. Era un sueño estar allí, en el que era, dentro de nuestra ignorancia del país, el lugar más emblemático de todos. Tengo una foto de Lalibela en el fondo de escritorio del ordenador de mi trabajo y utilizo esa misma foto para terminar todas mis presentaciones, orgullosa de poder contarle a alguien lo poco que conocía de esas imponentes iglesias horadadas en la roca. Y por fin podía verlas con mis propios ojos….
La visión que tuvimos de Lalibela al entrar con el coche fue la de un enorme poblado asentado sobre una tierra de un color rojizo impresionante. De nuevo las calles eran un continuo fluir de hombres, mujeres, niños y animales. Pero esta vez, a la mezcla de alboroto, miradas, precariedad y sin embargo cierto ambiente de festivo, se añadía un componente más: la religiosidad esparcida por cada esquina de la ciudad de Lalibela.


Dejamos las cosas en el hotel y salimos a dar un paseo, estábamos impacientes por acercarnos, aunque sólo fuera eso, a las famosas iglesias. A la puerta del recinto de hotel nos esperaba un grupo de chicos (de entre unos 15 y 20 años) que controlaban las entradas y salidas de los que nos alojábamos allí. Nada más pasar la puerta vinieron hacia nosotras y nos envolvieron con su capacidad exagerada de entablar conversación como si te conocieran de toda la vida. Cada uno de ellos nos contó la misma historia: eran de Lalibela, estudiaban hostelería y tenían problemas económicos para costearse los libros y el alquiler que compartían. Todos querían progresar para mejorar las condiciones de vida de sus familias y la suya propia. El grupo, encabezado por Mike, el mayor de ellos, nos persiguió durante los dos días que estuvimos en Lalibela. Fuese la hora que fuese a la que llegásemos o saliésemos del hotel ellos estaban allí siempre, diciéndonos “hola amiga” e iniciando de nuevo la conversación.
Esto generó una situación un poco extraña, los guías se sentían incómodos e intentaban protegernos sin coartar nuestra libertad de hablar con ellos si era lo que queríamos, la chica que viajaba con nosotras les miraba con cierto desprecio (nadie dudaba que buscaban dinero, pero eso no justifica perder la amabilidad) y yo, que en algunos momentos me sentí mal por lo descompensado de la relación entre ellos y nosotras, ahora pienso que nos equivocamos al juzgarles con nuestra cultura occidental (en la que pedir ayuda no es una muestra de humanidad sino de debilidad) y que ellos se aprovecharon precisamente de eso, de nuestra pena. Nos engañaron, eso es verdad, tan verdad como que nos dejamos engañar cuando les compramos el diccionario en la tienda de alimentación (luego nos dijo Million que seguramente se repartirían el dinero con la de la tienda y volverían a repetir la operación con los siguientes turistas) pero por otro lado… que tire la primera piedra quien haya hecho siempre lo correcto para conseguir ayuda. Yo no. No se, esa experiencia me sigue creando sentimientos contradictorios, y estoy tan lejos de su lugar, de sus circunstancias, que me declaro incapaz de saber qué haría yo en su piel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario