viernes, 7 de agosto de 2009

5 de Julio de 2009: la llegada a Addis Ababa

En el avión ya casi habíamos de dejado de ser invisibles. No hacía falta ni mirarnos las manos, sólo por nuestro equipaje, o por nuestro calzado, se podía asegurar que no éramos africanas. En algún sitio leí, a modo de crítica divertida a los europeos, que viajemos al lugar de África que viajemos, siempre lo hacemos vestidos como si fuésemos de safari. Me acordé de eso antes de subir al avión y ese pensamiento me hizo sentir algo ridícula. Al final terminamos riéndonos de nosotras mismas en lo que llamamos nuestros “momentos farenji” (farenji es como llaman al hombre blanco en Etiopía) cuando por las mañanas nos embadurnábamos de crema, repelente de insectos y nos tomábamos nuestra pastilla contra la malaria. Lo queramos o no vivimos en una gran urna de cristal llamada Europa y fuera de ella nos fallan los recursos. Esa es la verdad.

A nuestro alrededor estaban sentadas varias familias etíopes, quedamos fascinadas por esos primeros rostros, por la elegancia de sus rasgos, por su porte inconfundible. Una mujer amamantaba a su niña de un año, la dulzura de madre e hija nos cortaba la respiración.

En los asientos de al lado las chicas que iban a trabajar de voluntarias comenzaron a jugar a las cartas. El hijo mayor las miraba con su enorme curiosidad infantil. Al darse cuenta ellas lo invitaron a unirse, y sin saber como, sin una sola palabra en el mismo idioma, lograron entenderse, aprender las reglas del juego y arrancar carcajadas de la boca del niño que nunca antes había visto una baraja española. Las tres miramos el juego desde lejos, fascinadas de lo fácil que había sido la comunicación entre ellos.

Ahora, mientras escribo, sigo añorando lo fácil que es el entendimiento en Etiopía, en lo sencillo que resulta el sentirse próximo a alguien a quien nunca has visto.

Y aterrizamos. Al bajar respiramos el olor a Etiopía, imposible de describir. Una mezcla de picante, eucalipto, humo, tierra y humedad. Incluso dentro del aeropuerto olía así. Esperamos durante un buen rato para sacar el visado. Cuando llegó nuestro turno pasamos a una habitación estrecha con varias mesas alargadas colocadas en fila a uno de los lados. Había varios hombres sentados y una mujer joven que entraba y salía constantemente. Recogieron nuestros pasaportes y la tarjeta que habíamos rellenado en el avión, apuntaron nuestros datos en un cuaderno y en el visado, todo ello a mano, y con el sello en el pasaporte salimos de inmigración, tan felices como si estuviera labrado en oro. El paso siguiente fue pasar por el control de pasaportes, me atendió un chico joven que con una sonrisa increíble me preguntó por vez primera, a parte de las preguntas habituales de por qué viajaba y qué lugares de Etiopía visitaría, si era del Madrid o del Barcelona (respondimos a esa pregunta muchas veces durante el viaje). Y con ese trato se esfumaron, antes de empezar, todas las dudas o miedos que desde mis prejuicios de europea hubiese tenido sobre el viaje. Estaba eufórica de estar por fin en Addis Ababa.




Ya solo quedaba recoger las maletas y salir fuera, donde nos esperaba Samson para llevarnos al hotel, debía ser la una de la madrugada aproximadamente. Mientras esperábamos se nos acercó la mujer joven que entraba y salía del cuarto donde sacamos el visado y que resultó ser, según ella misma nos explicó, la hermana de la mujer del avión que viajaba con su bebé. La naturalidad con que se acercó a hablar con nosotras y a presumir de sobrina no sería fácil de encontrar en Madrid.

Mientras tanto esperábamos las maletas. Mi mochila salió la primera, luego la de Anunci y pasado un rato sin novedades dimos por perdida la de Irene. En ese momento, pero sólo por un momento, se esfumó la atmósfera de alegría en que nos encontrábamos. Anunci salió a buscar a Samson mientras nosotras dos hacíamos cola en el mostrador de reclamaciones. Mientras, Irene, repasaba mentalmente el contenido de la mochila perdida. Yo intentaba restarle importancia: entre las cosas de Anunci y las mías nos sobra para las tres!!!!! Pero al mismo tiempo entendía su disgusto.
A los pocos minutos regresó Anunci con Samson y milagrosamente la mochila terminó apareciendo. Aún no sabemos muy bien cómo.

Fuera nos esperaba el resto del grupo. Nos presentamos y Samson nos comunicó que él no sería nuestro guía porque estaba esperando a un grupo muy numeroso de estudiantes y que sería su hijo, Million, quien nos acompañaría en el viaje. En ese momento nos sentimos un poco decepcionadas porque nos habían contado maravillas de Samson, pero a viaje pasado, y a pesar de que Samson nos parece un hombre encantador, las tres no tenemos ninguna duda de que Million es de las mejores cosas que nos ha pasado durante estos días. Junto a padre e hijo estaba Solomon, nuestro magnífico conductor y Marta, la cuarta pasajera que viajaba desde Lleida.

Subimos los bultos al 4x4 y nos llevaron al hotel. Apenas hablé durante el trayecto, absorta en las calles de Addis… Aunque era de noche pude dejarme impresionar por las primeras imágenes de una ciudad heterogénea y llena de contrastes. A la salida del aeropuerto una enorme valla de publicidad decía lo siguiente “ninguna mujer debería morir por traer vida al mundo”. Pensé que tampoco eso es fácil de encontrar en Madrid.

Nos acostamos tardísimo y yo, que soy capaz de dormir en cualquier parte y a casi cualquier hora del día, tardé bastante en coger el sueño. ¿Cómo dejar la mente en blanco si estaba en Etiopía?

Nos levantamos, desayunamos, recogimos las cosas y arrancamos.




Million y Solomon vinieron a buscarnos. Como era el primer día tardaron algo más en acomodar las mochilas en la baca del coche. Por la noche había llovido (es temporada de lluvias de junio a septiembre) y la calle estaba llena de barro. Antes de salir a la carretera les pedimos que nos acercaran a la casa cuna de Cielo para dejar la ropa y la leche, y ellos, todo amabilidad desde el primer momento, nos llevaron sin decir palabra a pesar del retraso que llevábamos. Les guiamos según las indicaciones de Ana P: hay que ir a la Bole (la avenida que conduce al aeropuerto) y buscar una calle enfrente del un café llamado Elephant Word, cerca de la botella de coca-cola, y en cuyas esquinas se encuentra la imprenta y un puesto de frutas. Al encontrar la calle, pasada la frutería hay una verja verde con flechas que da paso a otra calle, y pasando por allí, de frente, encontrar la casa negra y blanca que tantas veces antes hemos visto en fotos…

Llamamos a la puerta y explicamos que veníamos de Madrid, de parte de Ana P y que llevábamos algo de material para la casa. La persona que nos abrió la puerta fue a buscar a una de las cuidadoras y a una voluntaria madrileña que estaba pasando el mes allí. Rápidamente, puesto que fuera nos esperaban en el coche, nos enseñaron las casa cuna, primero el cuarto de los bebés y después la casa de los mayores. Cuando entramos estaban viendo la televisión. Hubo niños que salieron corriendo hacia nosotras (entre ellos en terremoto M), otros que nos miraban con curiosidad pero sin atreverse a decirnos nada y una niña, de unos diez años, muy seria, que nos observó con recelo por el rabillo del ojo. Fueron minutos, sólo minutos, pero nos parecieron minutos maravillosos.


Por útilmo fuimos al banco a cambiar dinero. La moneda en Etiopía es el birr. Cada birr se divide en 100 centavos. Existen billetes de 1,5,10,50,y 100 birr y monedas de 1,5,10,25 y 50 céntimos. El tipo de cambio con respecto al euro es aproximadamente 1€ =15,7 birr.





Volvimos al coche y salimos de Addis Ababa, completamente ignorantes del panorama asombroso que nos esperaba.

2 comentarios:

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  2. Mi mochila........ je,je. Menudo mal rato pasé. En mi interior maldije con todo lo que se me ocurrió a la Turkish. Primero nos hacen perder el vuelo y luego pierden mi mochila. Sin embargo, cuando apareció Samson, con esa sonrisa tan característica de los etíopes, que te hace sentir que todo está bien y que nada malo puede pasar, se esfumó mi disgusto. Mucho más cuando, por fin, apareció mi mochila: ante la duda de si besar al chico del mostrador, a Samson o a los dos a la vez, decidí contener mi alegría y limitarme a darles millones de gracias.

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